martes, 30 de diciembre de 2008

Cuando eran chicos se buscaban todo el tiempo; en los autitos chocadores se querían chocar. Cerraban bien fuerte los ojos para encontrarse y vivir su momento íntimo. Después volvían a tener apenas diez años y jugaban a evitar.
Pero a él le molestaba que en ella todo pareciera tan fácil, y a veces pasaba días sin hablarle: pequeño sacrificio de amor. Y entonces, casi sin querer, caminaban juntos, los dos chocándose un poco, y ella decía eso que él no iba a poder resistir:
- Hola.
No podía resistirse a la honda entrega que es mirar a alguien a los ojos y pronunciar una palabra tan transparente: “hola”. Y crear un principio de . Porque él se sentía así -parte de ella.
Y si tenían tiempo, y el día era muy lindo con el sol caliente en la nuca, entonces los dos se subían a sus autitos y cuando estaban ahí, uno en el camino del otro, respiraban todo el aire del mundo, y se animaban a cerrar los ojos una vez más.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Tiene dieciséis años mientras espera. Se sienta con las piernas debajo de la cola, el cuerpo caído apenas hacia la izquierda, los hombros rectos y la cabeza erguida, casi soberbia. La pollera del uniforme es un poco corta, o puede ser la posición; tiene los muslos llenos pero firmes, de líneas delicadas que despacio, muy despacio, avanzan peligrosas hasta idealizarse bajo el misterio de una tela azul. Siente el silencio en la habitación como un respeto ganado y sonríe: cuando llegue el momento, cuando entre, sus palabras serán pura cosa, como si sólo fuese posible vivir con lo que sale de ella.
La puerta se mueve, lo siente detrás. La espalda se le tensa aunque trate de parecer relajada. Hay un cosquilleo que nace en su nuca, se sumerge entre su piel, sus huesos, ella,
y baja
baja
baja
llega a la cintura, un poco más, hasta el hilo deshilachado de su ropa interior rosa. Cierra un poco los ojos porque después los va a querer abrir. Por fin desentierra los dientes de sus labios rojos, anchos, vivos.
Tiene dieciséis años mientras espera y la puerta que se abre ya. Tiembla apurada, obligándose a ser niña por última vez. Tiembla aguda, desesperada. Húmeda. Y se hace mujer.

jueves, 27 de noviembre de 2008

... después las cosas suceden casi naturalmente.
Entró con tantas ganas de entrar que por suerte para él las puertas estaban abiertas. Se sentía la frase perfecta. Tenía una sonrisa que no sabía si animarse a ser; así de importante era el momento. Era el nacimiento de una transformación: acababa de ganarse el primer sueldo de su vida. Entró para vengar todo ese esfuerzo mensual en la cómoda frivolidad de un regalo. Había palpitado el momento y ahora el cuerpo apenas se mantenía cuerpo.
Se cortó dos veces con las perchas de metal, pero estaba así, en medio de un placer egoísta, vivía ese instante que existe sin conciencia de sí, parecido al recuerdo de una sensación, como estar en lo más alto sin querer llegar a ningún lugar.
Cuando corre los vestidos ahí está él, su huella, mezcla de tinta seca, tierra y culpa, lo negro, el color que mejor cierra. Hasta se anima a sonreírle a la vendedora. Tiene trabajo y dinero, tiene lo que es de él, y de alguna forma sutil, es como si eso importara al momento de juzgar una foto.
Después vuelven las mañanas de frío casi cero, el camión, los libros, otro sueldo. La carrera eterna por una sensación imperceptible ya, irreal; la primera sospecha de una culpa, la honda magnitud de un atisbo de comprensión.
El camión, los libros, el fuego; y sus manos negras, negras, negras.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Fue feliz por una voz dirigida a él.
Fue feliz: pasó algo que nunca esperó, y se formó una novedad dentro suyo. Por ese segundo que no es algo sucedido sino un presente sobrecogedor, por ese segundo definió toda su vida. Quería agarrarla del brazo, decirle Nadie nunca hizo algo así por mí, Qué, Esto, ¿Hablarte?, Sí, no, esto, así, nunca, nadie, nunca...

lunes, 10 de noviembre de 2008

You`re fired, como en las películas: estás despedido. Estoy despedido, sin pedidos, nadie me pide más. Se supone que es un estado terrible de cosas, por eso las palabras gritadas, pesadas, gruesas; me cansaste, te vas. Después también es cierto que un dueño nunca pide y que un pedido (como sujeto objeto de pedidos) nunca está realmente dispuesto a dar, lo que supone, quizás, el único momento en que despedidor y despedido se ponen de acuerdo: me caés mal.
Idea Vilariño contó que un hombre le recitaba “Ya no” a su esposa moribunda ahí, justo en la comisura de la muerte, y que sólo eso aliviaba, al menos un poco, la incoherencia que para ella representaba publicar.
Yo todavía pienso en la mujer de la que me enamoré y que no puedo nombrar –tiene un nombre y un apellido: a veces el silencio es despiadado. Todavía imagino la noche que no fue, la noche del día en que la despidieron. Y ella se puso triste. Y yo me puse triste.
La silla tembló un poco. No debía apoyarse en los costados para levantarse, ¿no ves que se rompe? Sonó dos veces y recién empezaba a moverse. El piso de baldosones blancos y franjas verdes tenía tierra impregnada, la podía sentir. En el quinto pulso levantó el tubo.
Hola
Agarró las llaves y el registro; sabía que tenía plata en el bolsillo izquierdo del pantalón. Le pegó una vez más a la pared con el puño cerrado: necesitaba ese punto de sangre en su mano como una referencia. Salió a la calle y cerró todo de un golpe. Antes avisó que hoy no iba a cenar.
Igual infló la goma. No quería que fuese por azar. Además le molestaba estar preocupado por las cosas. Él decidiría cómo.
¿Cómo hacemos?
A las ocho.
Dale, a las ocho en la puerta.
Sí, no quería que fuese el azar. Llegó ocho y tres minutos; llegó tarde porque se había quedado en un bar haciendo tiempo. No quiere ver la televisión, pero es imposible. No importa la mesa, levanta la vista y ahí está el partido. ¿Me cobrarán más caro porque hoy es domingo y dan el partido? En algunos lugares hacen eso, cobran más caro por el partido del domingo. También había dejado de creer en ellos, los jugadores de fútbol. Tenía la certidumbre de un porqué, pero cuando le preguntaban daba respuestas inconclusas, medias respuestas. Hablar por completo era demasiado esfuerzo. Aunque esfuerzo no era la palabra. Ocho cero tres.
¿Estás con el auto?
Sí, lo dejé por allá.
Dale, te espero.
Había tardado cinco pulsos en atender el teléfono
Qué bueno que me llamaste.
Inflar la goma fue una pérdida de tiempo. Manejaba tan lento que era imposible pinchar. Y aunque pinchara.
Seguíme así no te perdés.
Siempre le pasaba igual, la extrañaba hasta que la veía, la veía y la dejaba de extrañar. Pero es la última vez.
¿Por qué?
Porque los chicos no salían.
¿No hiciste nada, entonces?
Nada.
¿Soplaste la velita aunque sea, pediste los tres deseos?
Miró a las dos amigas, a la del auto y a la de la casa, y se preguntó qué hacía ahí: en serio, ¿qué hago acá? Cuando se levantó eran las siete de la mañana y el día tenía un deseo de ser. A las ocho se había vuelto a acostar porque tampoco podía si le daba sueño. Pero no quería dormir dormir, así que se acostó cruzado, por encima de la sábana: incómodo y temblando por el frío iba a tener que reaccionar. Y las cosas quizá fuesen diferentes.
¿Venís a comer?
Hoy no ceno.
¿No cenás?
No.
¿Qué, vas a tu casa?
Nunca comió comida china, o mejicana, es como si nunca hubiese sentido la curiosidad. Pero éso sí le daba intriga, qué sentiría, cómo vivirían el día después.
Uy nene, no es gracioso.
Salieron cinco años y todavía tenía la sonrisa más linda. El mes pasado habrían cumplido nueve juntos; sabía que iba a sufrir, que iba a llorar todos los días, o casi todos. Pero bueno.
¿Cuándo nos vemos de nuevo?
No sé –recostado en el piso de madera sentía toda la espalda como por sorpresa-, qué raro, es casi lindo verlas.
Nunca supo por qué dijo eso, o si importaba.
Seguime así no te perdés.
Ya sé cómo volver.
Todo hasta Libertador. En Libertador, a la derecha.
Ya sé.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

- A veces es como si fueras una palabra. Sos la palabra que entra en el mundo de los demás; ¿es verdad que sos tan humilde que tenés que escribir para animarte a ser?
- No sé qué soy. Es como si fuera más fácil así.
- ¿Cómo?
- Mostrando sólo lo que sale de mí.
- Y cuando te rozan la mano de repente, y te animás excitada. Y si querés.
- A veces mirando el mar me imagino adentro, perfecta, eterna como el reflejo del sol. Y estoy tan linda que cierro los ojos de la vergüenza: si me quedo mucho me sonrojo toda.
- A veces nada más me quedo mirando el sol para llorar sin dolor.
- Quiero que me cuentes más.
Ella quiere que le cuente más. Puede sentir la admiración que en él vive por ella, y su admiración es como una caricia infantil. Ahora ella sólo quiere lo que ante él ya no podrá: ser chiquita otra vez.
- Sos la primera vez que te vi. No sabés evolucionar.
- No entiendo.
- Aunque te explicara no entenderías.
- No soy tonta.
- No sos tonta.
- Es que es tan fácil olvidarse de todo.
- Que te desvivís por empezar todo otra vez.
- Es tan lindo el reflejo de mi brillo en el mar.
- A veces nada más me quedo mirandote para llorar sin dolor.
- Me divierte lo olvidadiza que soy. Las cosas se van tan fácil: es como si yo las naciera y después las dejara ir.
- Sos la cosa sin fin.
- Aunque nunca entendí al tiempo.
¿No estaría pidiendo demasiado de sí misma? Como si ella fuese su propio obstáculo en la vida.
A veces nada más quiero escucharte, después decía ella, por ese placer sincero, tan egoísta.
(todo esto bien podría haberse evitado)

Quiero ser chiquita, ¿me entendés? Como los agujeros que hacen las almejas en la arena. Pequeños huecos que anuncian vida debajo de ( ). La existencia invisible. Como la respiración marcada en el piso. Una pista de vida. Caer sin tocar el piso, ser la pieza-que-no-se-desarma. Estirarse de lo lindo. Que nadie me mire las rodillas. No soy tonta, no puedo vivir tapada de arena, lo que quiero es otra cosa. Por ejemplo, el espacio después de una coma, tan humilde que da vergüenza de sólo pensar en leerte, un caramelo de menta desvelado bajo la almohada, esperando; el aliento ni bien te levantás. No te voy a contar que estoy en cada centímetro de piel, no voy a contarte lo que ya sabés: como si uno tuviera que dolerse para ser. Y cuando llega la sorpresa tímida que es sentirse, que es sentir. También está el mundo y todos mis poros: en cada uno de mis poros el mundo es mi soy.
Tan chiquita que la noche no me puede esconder. Supongamos que soy lo no oculto de la noche, ¿soy tan linda que nadie me aprendió a mirar? Es como si mi futuro fuera no entrar en la palabra. Y tengo una ingenuidad que da miedo. Tan fácil no darse cuenta: en alguna parte de esto hay un misterio casi inmoral.

El Suicida

Se miran atraídos, primero, por un no saber. Se miran así casi sin saberse. Él a menudo gira la cabeza, pero no puede, no puede, no sabe evitar. Sentir la piel es reconocerse en un todo, todo lo que hay en el mundo lo cubre ahora. Es como si hubiese nacido para un amor así.
Cuando las cosas son oscuras la piensa. Cierra los ojos porque no soporta su propia sonrisa si la imagina. Es tal la pasión. Es tal la pasión que un encuentro sería casi redundante. Pero se viste, se prepara para ella: es posible que esté listo ya. Hace éso, gira la cabeza en la cama para saber cuánto puede estar sin extrañar.
La espera tendido, desnudo, sucio, su primera vez así, un cuerpo. Y ella curiosa, palpitando, irónica a punto de entrar;
vení, acercate, no te veo
me da vergüenza, no me vas a querer
te quiero, dejame
no puedo, no sé
tengo los ojos cerrados
me da vergüenza mi cara, mi cuerpo, yo
dale / te dejo, así
es tan frío
es mi cuerpo
tan frío
sentime, soy yo
¿quién sos?
sabés quién soy
qué hacés
sabés
no me sueltes
no te suelto
no me dejes, llevame
te llevo
no me quiero quedar
no / ya no
vos no te quedás
no
no
ya está, amor...
Di vuelta una página sin esperar, y así tuve lo que sólo sin esperarse llega: el momento vivo.
Estuve en el momento hasta que dejé de vivirlo para darme referencias y entender.
Como ser testigo de uno mismo.
¿por qué lo hiciste sentir mal?
nos tuvo esperando una hora
no hacía falta que le hablaras así
estoy vieja, no me puedo dar el lujo de esperar
no estás vieja
vos no, vos todavía podés perder
Le iba a decir que en esa hora, mientras esperaba, estaba linda. Que aunque no se diera cuenta, hasta pudo sonreír. Le iba a decir que cuando hablaba, cuatro chicos de mi edad no hacían más que escuchar: la rodeaban como a una presa, pero yo casi podía inhalar el respeto calmo que salía de ellos. Le iba a decir éso, el orgullo de ser hijo de.
vos tenés una forma especial de ser –después decía ella-, vos siempre preferís creer

qué
en esa hora, mientras esperabas
sí...

martes, 4 de noviembre de 2008

¿Sensualidad? claro, mujer.
A veces soy tan ingenua que me asusto, pero sé. Hay una foto de mí a los doce años: a los doce años yo ya sé. Parece cuento de un misterio en mí. ¿Mí? A ver.
También soy delicada como la hoja arrancada con urgencia. Hay lo que no había más allá del nuevo borde de las cosas. Una vez caminé por una calle y había una propaganda que decía: no me acuerdo qué decía, pero estaba rota, y tenía una forma de ser tan diferente a las demás. De delicadeza así estoy hablando.
Y me pasan las cosas más raras. La gente me choca por la calle y dice, discúlpeme, no lo pude evitar.
- No pudo evitar tocarme, ¿seré inevitable?
Y con ensimismada timidez les doy mi perdón.
Supongamos que inevitablemente soy, ¿qué soy?
¿Hermosa? no, mujer.·
No soy hermosa, hermosa es la palabra lora, o la teoría de la relatividad: la teoría de la relatividad es empíricamente hermosa. Yo apenas soy lo que sin saber es, soy el secreto de lo inefable.
Tengo tantos vacíos de contenido que para la mayoría de las cosas me alcanza con ser. Si ni siquiera me acuerdo de lo que olvido (sorpresa): puedo lo todo.
- ¿Seré un resultado?
Si soy un resultado quiero ser con coma y decimales; nadie descubre lo eterno en el uno más uno. Pero uno coma uno cambió el mundo. Además hay algo chiquito después de una coma, un silencio que también es un saber.
- Cuando estoy haciendo algo que no quiero hacer me paro y digo: no quiero más.
Así que también soy hacendosa, hago y deshago con tal amor y seriedad que no sé lo que vive en una consecuencia.
Pero respeto mi cuerpo. Mi cuerpo me habla y yo hago. Mi cuerpo es mi rey. No soy impulsiva: impulsivo es el capricho por una vida exterior. Lo mío es cosa seria: yo me someto a mí.
- A veces nada más escribo tu nombre en la arena, tenerte hasta que la marea te lleve.
Y soy tan misteriosa que cuando menos lo espero escribo la palabra: fin.
Porque sí.
Fin.

· Plagio extraído de “APRENDIZAJE o El libro de los Placeres”, pág. 16, Clarice Lispector y Herederos.

lunes, 3 de noviembre de 2008

El mundo le queda demasiado. ¿Demasiado qué? Sólo éso, demasiado. Y después: ella es muy linda, demasiado para este mundo que no le queda, se lo probó, y este mundo no le queda. Como cuando quiso ser feliz, transparentemente. Como decir transparentemente dos veces, una detrás de otra, nadie se quedó a ver.
Una vez casi se hace la pregunta peligrosa. ¿Quién soy? A veces habla, y lo que dice no tiene mucho sentido, pero éso porque sus palabras también se delinean solas, como ella, que nunca voy a conocer. Otra vez se quedó mirando una nube, todo un día, hasta que se hizo de noche y entendió: ella, también, va a morir. Hace las cosas por primera vez, cada vez; sabe, sin saber más, que todo, siempre, es primera vez. Es una de esas personas que se encuentra cada tanto, o que ya no se encuentra: la clase de persona que siente lo que es el dolor en la punta del dolor.
Pero me aburre describir.
Tampoco se cayó la primera vez que usó esos zapatos de tacos muy largos: estaba tan vacía de todo que para la mayoría de las cosas le bastaba con ser.
- ¿Cómo aprendés tan rápido?
- ¿Aprender?
- Sí, ¿cómo aprendés tan rápido?
- No, aprender es difícil; yo no aprendo, imagino lo que me gustaría hacer.
- ¿Y con éso basta?
- No, con éso no. También tengo que decirlo en voz alta, acordarme de que existo: a veces soy tan leve que me confundo con las cosas.
Fácil, así, como cuando atendiste el teléfono y me dijiste, estoy durmiendo, llamame mañana.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Sin saber cómo, gracias. Cómo agradecer a alguien que ya no está, a vos que te fuiste tan rápido, que me quitaste la oportunidad: conocerte. Cómo mirarte a los ojos y que entiendas, rozarte con el cuerpo abierto, mezclarme en tu voz. O si quisiera besarte. Y entonces extrañarte de la peor forma: con la melancolía de lo que nunca será.
Pero todavía quiero decir gracias. Y te fuiste. Y no sé qué hacer.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Con labios apretados y la frente llena de dudas, lo ve: es imprescindible cambiar las reglas del tiempo. Lo estuvo pensando, le dio vueltas al asunto. Tiene nueve años y le dio vueltas al asunto. Dijo: voy a pensar sobre este tema, y se encerró en su habitación. Anotó sin signos de pregunta las preguntas para las que no encontraba respuesta, después hizo la prueba: contó cuánto tardaba en leerlas en voz alta. Así descubrió lo que desconcierta: la independencia intelectual (más adelante llorará en silencio por lo terrible, la visión: los adultos no lo saben todo). Porque mientras lee con la boca y cuenta con los dedos, se da cuenta de que las palabras tienen una longitud temporal y los contenidos que encierran, otra. Maduro en esta nueva realidad, sonríe lo sencillo de la idea: no hay dos segundos que duren lo mismo.
Tiene nueve años y ya entendió el secreto de (dos puntos) el segundo que dura para siempre. Y podría ver mucho más, pero su madre sigue así, amontonando el tiempo en montoncitos iguales. Sólo por amor de nueve años juega su juego. Y se va a dormir.
Le tocó el codo sin saber por qué, la palabra distraído escrita a mano alzada en la piel. Le dio vida a un segundo de lo que la gente llamaría perfección. Pero la perfección, aún difícil de alcanzar, es posible imaginar. De pronto siente pena por la imaginación, que se revela a sí misma y sólo por ser ella, así, ingenua, muere.
El todavía no sabe, ésa parte del ser, el valor de lo espontáneo. Pero por vago, o porque hay demasiada gente usando su atención, se le otorga el milagro de lo real: es.
Y así, en este mundo primitivo y salvaje, la conquista: él la toca, ella se deja tocar.
No pueden saberlo, pero cada uno es, lo que se dice, verdaderamente feliz.
La gente muere de noche. No hay motivos para que sea así. Sólo la fuerza de ser. Se queda colgada de este pensamiento humilde (el pensamiento es humilde; pensar no lo es: respira). Muerte fuerza y ser. Sabe que es muere y no muerte, pero se deja mentir. Imagina una pileta infinita con tres círculos verdes. Los círculos flotan. Ella vuela. Pero sólo entre círculo y círculo. Verdes. Prueba más allá; más allá se hunde sin remedio. Ahora tiene muere fuerza ser y remedio. No sabe vivir con la mentira; es muere. El pensamiento está desnudo, como ella dijo, es humilde, casi pobre. Se queda saltando de círculo en círculo, que siguen siendo tres; más allá se hunde. El remedio no es real. La gente muere de noche a fuerza de ser sin remedio circular. Los remedios son pastillas chicas chicas o feos líquidos hundibles. Uno no puede confiar seriamente en pastillas hundibles. La gente no muere de noche. Sólo los que eligen hacerlo. Un pensamiento dura sólo eso, pero ella todavía no llegó a serlo. Uno es el pensamiento. Ella todavía no. El día y la noche es un estado mental. Ella no.
Pero me gusta la libertad, de verdad me gusta, me gusta tanto que acepto con ganas que se escape todo el tiempo, que libremente elija no ser mía: ahora no estoy hablando de la libertad. Me encanta esa parte de no ser nada y sólo por eso poder ser. Me encanta ser su elección. Me encanta que no quieras enamorarte de mí.
Quiero escribir una historia que empiece así: es parecido a, que empiece así y me lleve hasta donde ella quiera. Es que soñé con éso, un comienzo, un comienzo para una historia que está escrita y tiene dueño (me gustaría haber usado otra palabra en lugar de dueño, algo menos invasivo, como puente o celofán). Pasa, además, que este dueño es una persona que quiero y admiro, el sentimiento es deslumbrar, y por ese amor y esa admiración, me quita el aire antes siquiera de ser aire la idea de que al menos por esas tres palabras puedo ser: con ella.
En cuanto a aprender a ser: es lindo angustiante y solitario. No puedo decir más. Y quiero ser con ella, me imagino cosas, pienso: error, pienso otra vez. Si estuviera leyendo esto, le diría que tengo ganas de verte y hacer de cuenta que no te conozco, no la conozco, y abrazar todo por primera vez. Otra vez. Voy a jugar a eso, aunque ya caminé demasiado para reconocerme, demasiado para decir nó a éso que ya soy. No sé si se entiende: es parecido a.
Se despertó así: las ganas de atravesarse la frente. Con un cuchillo o una birome. No podía decidirse / hoy le da lo mismo. Fingió el grito: había olvidado cómo sentir. Él sin infinitivo. Los dobles fondos del verbo: amar.
Con la sonrisa partida al medio llega al estómago y se detiene. Se da cuenta de lo que quiere. Ser. No hay más. Por eso jugó más de un cuarto de siglo hasta abrirse en ella. Quiere ser. Se tira, le confiesa éso sobre su voz; se disfraza de lo que es. Como mil primeras veces. En la cama en el lápiz en la bañera. Los ojos siempre haciendo dedo. Entonces sí. Éso que llaman magia: se descubre en ella.
Él. En ella.
Hasta que se duerme otra vez. El miedo de que no haya sido más que un mal despertar. El peligro de que no.