sábado, 6 de diciembre de 2008

Tiene dieciséis años mientras espera. Se sienta con las piernas debajo de la cola, el cuerpo caído apenas hacia la izquierda, los hombros rectos y la cabeza erguida, casi soberbia. La pollera del uniforme es un poco corta, o puede ser la posición; tiene los muslos llenos pero firmes, de líneas delicadas que despacio, muy despacio, avanzan peligrosas hasta idealizarse bajo el misterio de una tela azul. Siente el silencio en la habitación como un respeto ganado y sonríe: cuando llegue el momento, cuando entre, sus palabras serán pura cosa, como si sólo fuese posible vivir con lo que sale de ella.
La puerta se mueve, lo siente detrás. La espalda se le tensa aunque trate de parecer relajada. Hay un cosquilleo que nace en su nuca, se sumerge entre su piel, sus huesos, ella,
y baja
baja
baja
llega a la cintura, un poco más, hasta el hilo deshilachado de su ropa interior rosa. Cierra un poco los ojos porque después los va a querer abrir. Por fin desentierra los dientes de sus labios rojos, anchos, vivos.
Tiene dieciséis años mientras espera y la puerta que se abre ya. Tiembla apurada, obligándose a ser niña por última vez. Tiembla aguda, desesperada. Húmeda. Y se hace mujer.

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