viernes, 10 de julio de 2009

se conocieron así

Y ahora voy a contar cómo se conocieron. La primera vez él estaba en la cama y tenía los ojos cerrados. No dormía, pero había decidido que todavía no quería despertar: a veces hacía eso, ser un estado. Así la conoció, pensándola con los ojos cerrados. Así descubrió que la había visto todas esas veces en su vida, y sonrió tímido por lo diferente de saberse también observado por ella. Así que en realidad no sé cómo se conocieron. Bueno, pero sé que caminaron por una calle. Él miraba el piso porque era muy importante no confundirse de paso, y por eso debía mover todo a su debido tiempo. Ella hacía algo parecido, pero porque estaba enamorada de sus pies. Los de ella. Realmente se perdía mirándolos andar, tan largos y finos, todo ella tan azul. Cada tanto sus codos se chocaban y lo más leve del mundo se agitaba alegre. Apenas se animaban a sonreír sin mirarse a los ojos.
Supongamos que deciden volver a caminar a la par, ¿cómo se ponen de acuerdo, si ni siquiera se saben sus codos? Esta vez él camina un poco más adelante, porque es la segunda vez y se siente con derecho a. ¿Derecho a qué? No importa, está en el descubrimiento de un algo natural a él. Se siente con un derecho, así que desarma la repetición y camina un poco más rápido. En ella los pies siguen tan lindos como la primera vez (los tiene de rojo; con la vereda gris de fondo realmente no hay cosa más linda), tan linda que de verdad le gustaría que alguien más pudiera ver lo que ella ve. Cuando sin querer él se mueve un poco a la derecha y posee, apenas, el lugar que le corresponde a ella, hay una especie de confusión de realidades, una primera forma de ver. Y me gustaría decir más, pero no sé cómo.
En la mañana del tercer día ella se sorprendió a sí misma con las ganas de ser más. A veces le pasaba, las ganas de ser más. Entonces buscó unos zapatos vino tinto de tacos muy altos y se preguntó en el espejo. Había una respuesta ahí, pero ella no siempre entendía las preguntas que se hacía. Se rozaron las manos y él sintió la necesidad. Están caminando otra vez, tan apretados contra las paredes de las cosas. Se tocaron las manos y ninguno pudo hablar; están en un momento de acción incompleta. Y ésta también es una primera vez. Y ahora ya se atraían, la mano de él y la de ella, van y vienen para aprender a animarse, gustarse, para respirar juntos el momento. ¿Se ve lo que yo veo? Ellos dos caminando a la par y sus manos haciendo el momento. Las manos que son la parte distraída, que no piensan en caerse ni se ven lindas, las manos que no buscan lo que encuentran, que ya tienen.
Y así se conocieron, caminando de la mano, sin tener que hacer, qué ver, ella de pelo tan largo y ojos tan negros, él que sólo creía en un par de ojos negros; así se conocieron, así lo piensa él, todavía en la cama, todavía siendo un estado.
Y si además de caminar se hubiesen animado a hablar, el diálogo habría sido algo así:
Todavía no me caía.
Me gustan mis pies.
Es que me concentré para no caerme.
Si los vieras también te gustarían.
Hasta podría mirarte los pies, y tampoco me caería.
Un día quiero que me mires los pies y que te gusten.
Sí...
Sí...