lunes, 3 de noviembre de 2008

El mundo le queda demasiado. ¿Demasiado qué? Sólo éso, demasiado. Y después: ella es muy linda, demasiado para este mundo que no le queda, se lo probó, y este mundo no le queda. Como cuando quiso ser feliz, transparentemente. Como decir transparentemente dos veces, una detrás de otra, nadie se quedó a ver.
Una vez casi se hace la pregunta peligrosa. ¿Quién soy? A veces habla, y lo que dice no tiene mucho sentido, pero éso porque sus palabras también se delinean solas, como ella, que nunca voy a conocer. Otra vez se quedó mirando una nube, todo un día, hasta que se hizo de noche y entendió: ella, también, va a morir. Hace las cosas por primera vez, cada vez; sabe, sin saber más, que todo, siempre, es primera vez. Es una de esas personas que se encuentra cada tanto, o que ya no se encuentra: la clase de persona que siente lo que es el dolor en la punta del dolor.
Pero me aburre describir.
Tampoco se cayó la primera vez que usó esos zapatos de tacos muy largos: estaba tan vacía de todo que para la mayoría de las cosas le bastaba con ser.
- ¿Cómo aprendés tan rápido?
- ¿Aprender?
- Sí, ¿cómo aprendés tan rápido?
- No, aprender es difícil; yo no aprendo, imagino lo que me gustaría hacer.
- ¿Y con éso basta?
- No, con éso no. También tengo que decirlo en voz alta, acordarme de que existo: a veces soy tan leve que me confundo con las cosas.
Fácil, así, como cuando atendiste el teléfono y me dijiste, estoy durmiendo, llamame mañana.

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